EL CORAZÓN PESA EN NOVIEMBRE

Lo descubrí cuando vi el calendario hoy. Día de cumpleaños de mi tío el cantor al que mi papá conmemoró con una hermosa foto. Una donde El Turpial de Tacarigua, como le decían por su galillo, ve hacia la cámara de mi padre con una gran sonrisa detrás de su bigotón marrón. La mayor parte de su cuerpo se esconde detrás de un carro negro mientras levanta la mano derecha la cual transmite dicha de saludarlo. También se ve la tira de un bolso sobre su hombro y la expresión de su cara parece de bienvenida y despedida simultáneamente. No sabemos si va o viene, pero sabemos que está feliz. En ese momento, nuestras familias estaban de viaje por la Colonia Tovar de los ‘80s, dónde seguramente caminamos por las colinas friolentas y comimos fresas con crema. 

Pero si, desde hace semanas algo se posó sobre mí y nuevamente perdí el equilibrio. Para serles honesta, ha sido difícil encontrarlo en medio de nuestro colapso. Tan solo esta mañana, un video enseñaba a más de nueve niños inertes sobre una mesa de madera. Estaban arropados en sábanas blancas con sus caritas descubiertas. No tengo que explicarles. Ya saben lo que significa que te envuelvan en una sábana blanca en Gaza. Pero ellos parecían pertenecer a una escena de natividad por esas mejillas llenitas que aún con sus cuerpitos endurecidos destellaban inocencia.

Que vergüenza para nosotros como especie permitir todo esto. Que difícil para los que tienen que decidir exponerlos ante las cámaras. Y aun así nadie poderoso se atreve a detener está exterminación de lo más preciado que tenemos. Definitivamente está quedando al descubierto todo lo maldito.


Y pesa.

Pesa escribir y escoger palabras fulminantes y nefastas. Las pienso, las calculo. Pero los sentimientos hacia lo infrahumano son los que son. Y no estoy sola. En estos días otro video mostraba a una gente acumulada como hormigas buscando alimento en Gaza. En ese video, los ‘protagonistas’ eran dos niños cubiertos de moscas. No, no, no. Todo lo que tenemos es excesivo cuando los demás no lo tienen. Y no se trata de que no debamos tenerlo, se trata de querer que los demás también lo tengan.

De repente entiendo más el concepto del arrepentimiento. No ese de darnos golpes de pecho por abnegación religiosa. Si no por el de nuestra propia conciencia que vive y se desvive por cosas sin importancia. Lo inverosímil de que este genocidio siga me volvió a retumbar y decidí ver los comentarios. Eran miles los oh my gods y los emojis de corazones rotos. Al principio me chocaron porque es demasiado raro leer esas cosas sin ponerles una voz. Es demasiado vacío que nuestro duelo quede como un simple comentario de unas nueve palabras en internet para que un algoritmo decida si vale la pena seguir dándole visibilidad. Mientras regalamos nuestro dolor, un canal de televisión goza de engagement y views. Aun así cuando leí las cosas imaginando voces diferentes, sentí como esas palabras llenarían un gran espacio de pura gente noble gritando desesperada y frustrada por no poder ayudar más. 

Pesa. 

Pesa no poder gritar mientras nos sentamos en reuniones de trabajo que parecen totalmente absurdas bajo el contexto actual. Pesa llegar a casa para ver más noticias sobre nuestro país. O Líbano, Sudán, Congo, Haití, Irán, Yemen, Syria. . . la lista es interminable. Y Palestina allí. Si ella aún siendo más visible que nunca parece invisible, ¿que quedará para los demás? Ella, desde donde recientemente vimos a el paramédico Abed Al Aziz Bardini recibir a una señora muerta y era su propia madre. Esto no tiene sentido. Y es devastador perder la cuenta de las historias cuando hay miles más que no se sabrán nunca por la magnitud de bombas y armas pulverizantes.

Pesa.

Pesa salir a votar en Estados Unidos bajo las mismas condiciones que hace cuatro años. Como seres más conscientes, ya no podemos escondernos pasivamente y elegir al ‘menos peor’. Los dos operan bajo un sistema de ‘democracia’ que definitivamente ha quedado despojada de ese espejismo —hasta ahora muy bien mantenido— pero que colapsó desde que decidió seguir ganando territorios ajenos a toda costa e ignorar a la comunidad Árabe. Y a todos los que no vamos por el genocidio, el racismo, la xenofobia, etc.

Pesa.

Pesa ver el calendario y notar que hace casi siete años ya ibas a quimioterapias. Si, era Noviembre y te fuiste en Diciembre. Tu mes favorito por nuestros cumpleaños y la navidad. Saliste el día del espíritu de la misma. Un día después de tu aniversario de bodas. Sí, también te casaste entonces. 

Ahora que lo pienso, tiendo a enfermarme del alma en otoño sin saber porque hasta que noto la fecha. A lo mejor mis células recuerdan que fue por este tiempo cuando nos empezamos a despedir. Que fue por aquí cuando se hicieron menos frecuentes nuestras llamadas porque te dolía la garganta. Pero aún me hablas: 

Deja que las cosas fluyan alrededor de ti, de tu vida. No dejes que nada perturbe tu paz, tu tranquilidad. Sé que no es fácil, pero deja que cada quién aprenda por sí mismo y no por los demás. Así es la ley de la vida para cada uno de los seres. 


Te creo, pero un corazón en constante resquebrajamiento pesa así sea por el bendito crecimiento. Pesa que el duelo sea tan individual y a su vez, tan colectivo.

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